La guitarra portuguesa que acompaña siempre el fado tiene doce cuerdas y su origen se remonta a la Edad Media y a un instrumento llamado «cítula». Fue introducido en Portugal en la segunda mitad del siglo xviii, a través de la colonia inglesa en Oporto. A finales del siglo empezó a ser utilizada en los salones de la burguesía. Su timbre es especial e inconfundible y está vinculado con el fado lisboeta desde 1870. Las guitarras de Lisboa y Coímbra varían ligeramente en su tamaño, afinación y construcción. La estructura del fado se divide en secuencias en las que unas veces la guitarra suena sola y en otras acompaña solamente a la voz del fadista.
Las casas de fado son restaurantes de los barrios antiguos de Lisboa (Bairro Alto, Alfama, Lapa o Alcântara), que suelen abrir solo por las noches. Después de cenar y tomar un buen vino, se baja la intensidad de la luz, se hace silencio absoluto y uno se deja llevar por el ambiente íntimo y por las voces dulces de los fadistas. Aunque hay fados alegres, que son los más demandados, los melancólicos tienen más admiradores portugueses. Las composiciones de Alfredo Marceneiro y Severa son un clásico.
En noviembre del 2011, la Unesco inscribió a El fado, canto popular urbano de Portugal como integrante de la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.